La primera noche

la primera noche

Las olas llegaron hasta la tienda de campaña poco antes de caer la primera noche. Recuerdo que Ada estaba conmigo, y me miraba como si realmente no pasara nada.

Curiosamente las olas no rompían contra el sobretecho de la tienda, sino que por algún motivo la cubrían como un manto de agua visible desde el interior de la misma y sin aplastarla con su peso. Pensé que estar alli dentro era muy parecido a observar una bola de cristal con nieve, y sin embargo al despertar de aquel sueño el símil dejó de tener sentido en mi cabeza.

Tampoco sabía quién era Ada, no llegué a ponerle cara.

Por inexplicable que resulte el sobretecho tenía una apertura en la zona trasera de la tienda, el flanco más expuesto a las olas. Levanté la tela con desconfianza esperando que pegase una ola, y sin embargo llegó hasta nosotros una débil corriente de agua . Ada, o quien fuese, ajustó la tela del suelo para permitir que al agua penetrase hacia el interior.

No me hizo ninguna gracia. Comenzó a entrar agua mezclada con barro, se empezó a ensuciar el suelo, y la bola de cristal y nieve se convirtió de repente en la tienda de campaña menos mágica y más vulnerable sobre la faz de la tierra. Menudo sueño.

Al despertar solo recordaba algunos detalles, precisamente los que os estoy contando ahora.

La persiana seguía medio rota, y entraba luz hacia los pies de la cama. La gata dormía enroscada sobre si misma en una esquina y la habitación estaba en calma, como cada jueves. En realidad, como cada día.

Algunas tardes íbamos al supermercado a comprar comida, y volvíamos a regresar pasadas algunas semanas. Cuando pasaba por el pasillo de las galletas y demás dulces siempre le echaba el ojo a un enorme bizcocho de yogur cubierto de azúcar glaseada de color blanco, pero claro, la salud empieza a tener una edad y el bizcocho nunca acababa dentro del carro.

Aquella mañana cuando abrí la puerta del mueble donde guardábamos el café y los utensilios para el desayuno apareció ante mis ojos el enorme bizcocho. A pesar de que lo había comprado yo mismo, fue una sorpresa agradable. Un capricho de otoño. La ventana de la cocina quedó abierta durante toda la noche, y el aire frío ventilaba hacia el salón. Un pequeño escalofrío me sacudío por debajo del pijama, e hizo que mi cabeza rescatase más fragmentos de la noche anterior.

Fue solamente una frase, un destello de aquel extraño sueño al que no encontraba ninguna explicación. En mi interior se iluminaban las palabras «los 17 inviernos«.